China, la disciplina uniformada,
la emperatriz dormida, íntima y recelosa,
rutinaria y febril.
¡Qué largo caminar, cuántos imperios,
que minuciosa relación de soberanos
y de dinastías, qué caudal de milenios,
qué aluvión de experiencias, inventos, tradiciones,
para acceder al fin a este rumor cansino
de las consignas y de las bicicletas!
El certero Laotsé y el ejemplar Confucio
modeláronte un alma
noble y ceremoniosa, tan flexible
como el bambú, tan delicada
como el paso, la risa y el peinado
de una princesa en la Ciudad Prohibida.
Todo fue grande un día: gran muralla,
gran dique, gran canal, gran genio creativo
para alumbrar la imprenta,
la pólvora, la brújula, las formulas secretas
de la longevidad feliz. Grande fuiste también
en horrores y en puerilidades,
China inmensa y discreta, donde el grito del hambre
se amordazó con látigos, y el furor de los jóvenes
se ametralla implacable.
Cosas del Yin y el Yang, imposiciones
del ritmo natural, de la armonía
de los complementarios. Finalmente
todo lo rige el Tao, la paz ordenadora,
la quietud cristalina del espacio celeste.
( José María Lorca)